marzo 10, 2006

Que digo yo...


He conocido personas que, por alguna razón, son líderes natos. Yo abro la boca y sube el pan; dicen ellos alguna genialidad robada, un intento fallido de componer un aforismo propio o eructan y todos aplauden con la boca abierta. Una de dos: o yo soy un gilipolla integral o aquí hay gato encerrado. Esta sensación la tengo hace mucho tiempo y ya forma parte de mi incapacidad de adaptación ante ciertas cosas. No es por casualidad que con dos de estas personas, a las que no mencionaré por motivos evidentes, me he llevado estupendamente. No tanto como otros de sus mejores amigos pero sí que hemos mantenido contacto de vez en cuanto y compartimos aficiones comunes por varias cosas. Hace un par de semanas, hablando con un amigo común y haciendo referencia al líder con la típica frase de: “Quillo, ¿qué sabes de Fulanito?”, me contestó algo que me sorprendió y me gustó. Resulta que, tan amigos que eran, tanto contacto que tenían antes, tan chachi que era antes, ahora todo se limitaba a un par de mensajes al móvil y ya ni eso. Y digo que me sorprendió porque, a pesar de ser ambos amigos míos, a mí no me extrañó en absoluto el comportamiento del líder y a él sí, porque sonó como el que abre los ojos ante algo que, habiendo estado delante de sus narices toda la vida, no ha descubierto hasta ayer. Ya se sabe cómo somos los seres humanos, capaces de lo peor y lo mejor; y esto del hoy muy amigos y mañana si te he visto no me acuerdo, nos pasa a muchos. Gracias a mi incapacidad de adaptación, los amigos que tengo lo son de verdad y sé que no hará falta hablar, mandarnos mensajes al teléfono ni mantener la formalidad entre nosotros, porque cuando necesitemos o simplemente queramos vernos o hablar, lo haremos. Digo que es gracias a mi incapacidad de adaptación porque si fuese de otra forma y me adaptara a los requisitos de estas personas, no sabría valorar ni diferenciar la amistad y me limitaría a ser satélite de este tipo de personas y a reírles las gracias hasta que se cansaran de mí, como lo ocurrió a este amigo del que acabo de hablar. ¡Qué de vueltas de la vida!. A ver si en una de esas me pilla a mí el lado dulce, que ya va siendo hora.

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