julio 03, 2005

Muerto de amor.


La pintura, como otras artes, dicen tantas cosas como uno quiera interpretar. He visto obras de autores famosos, que, a mí, no me dicen absolutamente nada. Hace unos años, navegando por Internet, conocí la obra stonerose

Iluminado por un plano de luz cenital, un ser, que, casi yace sobre un trono de piedra, del que él ya forma parte, sin color, casi en blanco y negro, la luz cenital ilumina toda una historia, toda una vida. Con cara de niño, cuerpo de hombre, puede que deformado, se percibe un trasfondo, un dolor, una intención, que, jamás he visto en obra otra alguna.

El tratamiento del color, o la intencionada falta de él, excepto en la rosa y el pétalo que de ella cae, enfoca directamente la intención del autor:

Un ser triste, enamorado, ausente del resto del mundo, moribundo de amor, desesperado, infantil en su amor, en su rostro, atrapado por el tiempo, por su incapacidad de reaccionar, anquilosado, inerte, lleno de amor, amor intenso, amor enfermizo, amor desgarrador. Muere la rosa y muere él.

¿Cuántas historias de amor mueren así?, ¿cuántos amores sinceros, eternos, son condenados a no ser expresados ni comprendidos jamás, tan siquiera con un solo beso? ¿Cuántos amantes mueren llevando a su tumba besos que no dieron, o eternas noches de llanto?

Mi particular visión de esta obra, representa a un hombre, con aspecto exteriorizado de niño, ya casi muerto a causa de un amor imposible. Había una esperanza en su vida, un ápice de color y de esperanza en su futuro. La muerte de la rosa representada por la caída de sus pétalos, representan el abandono, la falta de esperanza, la inminente desaparición de cualquier esperanza que pudiese quedar. La evidencia del más tremendo dolor: un amor no correspondido.

Una obra llena de emotividad, ante la cuál, soy capaz de permanecer, al menos, unos instantes conscientes de mi vida.