enero 27, 2006

Roll Dancing.


Así se llamaba aquel local al que, de más jóven, iba a patinar. Tendría unos quince años entonces. Recuerdo las agujetas el lunes por la mañana y el dolor de las rozaduras y vejigas que tenía en las plantas de los pies por usar patines de vijésimoquinta mano por lo menos. Eso sí, tenía dos piernas fuertes, la mitad de años que ahora y mucho más tiempo y menos preocupaciones. Durante meses, los fines de semana, me iba, casi siempre sólo, a patinar a Roll Dancing. Hice amigos allí, me divertí muchísimo y me caí tanto como me divertí y nunca me rompí nada. Corrían los ochenta y las canciones de Europe con su final count down, Stevie Wonder con part time lovers, Nena cantaba sobre noventa y nueve globos rojos (99 red ballons) y un montón de músicos electrónicos y gente de "La Movida" surgían mientras yo daba vueltas y más vueltas a la pista de patinaje. Había un contratiempo de vez en cuando: cambiaban en sentido de giro. No parece gran cosa, pero cuando estás acostumbrado a patinar haciendo los giros en un sentido y te dicen que lo hagas en el otro, resulta un poco complicado. Nos suele pasar que, si nos cambian la forma de hacer las cosas, nos hacemos un lío.

Qué buenos recuerdos aquellos cuando, al salir, después de cinco o seis horas patinando, hacía una parada en la Cafetería Peinado, donde por cien pesetas me tomada una cerveza con una hamburguesa. Poca gente recuerda aquel bar, pero Jesús, otro con querencia a la barra, sí, y recuerda que él tampoco quería saber con qué estaban hechas aquellas hamburguesas. Pero cuando eres jóven y no tienes un duro, tampoco es que importe demasiado.
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Foto de uno de los primeros patines en línea de dos ruenas, precursores de los patines actuales en línea.
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